Argentina. Crisis imperial e independencia. Por Jorge Gelman (Dir.)

Mapfre/ Taurus
352 páginas

Por Julio Orione
Para LA NACION

En un proyecto poco común, la Fundación Mapfre y la editorial Santillana repasan la historia contemporánea de América latina: una extensa serie de 95 tomos cuyos primeros cinco volúmenes están dedicados a la Argentina. Una colección monumental originada en España, cuyo director es Pablo Jiménez Burillo, abarcará la historia de 25 países: entre éstos no sólo latinoamericanos, pues hay libros dedicados a España, Estados Unidos, Canadá y países europeos. En su redacción participan más de cuatrocientos historiadores. Uno de ellos es Jorge Gelman, que dirige los que se ocupan de la historia argentina y coordinó el primero de los volúmenes, subtitulado Crisis imperial e independencia. 1808-1830.

Cuando empieza esta historia, el Río de la Plata era «apenas un rincón marginal» dice Gelman. «Y sus habitantes constituían una parte minúscula de lo que fueron los núcleos de la colonización ibérica del continente americano» (había sólo 300 mil habitantes contra más de un millón en el Perú y más de cinco millones en México). Sin embargo, sólo un siglo después, la Argentina había llegado a ocupar un lugar destacado en la economía mundial como exportadora de granos y su población había crecido de manera notable como fruto de la inmigración masiva desde Europa.

Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, destaca el director del volumen, la Argentina se había constituido en un Estado nacional que hacia 1930 producía el 30 por ciento del PBI de América latina, por su territorio circulaba más de un tercio de los ferrocarriles de esa región, tenía el 50 por ciento de sus automóviles y la población alcanzaba el 13 por ciento del total regional.

Ese país se había constituido a través de pactos entre Buenos Aires y las provincias que le dieron presencia «a diversas elites del interior, sellando así una paz política que en parte permite entender la dinámica cada vez más fuerte del crecimiento económico». Un crecimiento que, sin embargo, tuvo también su contraparte en el surgimiento de lo que se denominó la «cuestión social», motorizada por la afluencia de militantes socialistas y anarquistas entre los inmigrantes llegados del Viejo Mundo.

Como destaca Gelman, de aquellos 300 mil habitantes iniciales en el Río de la Plata se llegó hoy a un país con más de 40 millones. Un país «que al comienzo apenas contaba con una elite que supiera leer y escribir» y hoy ostenta tasas de alfabetización o de lectura de diarios equiparables a los países más avanzados. «Esta obra -dice-, pretende poner en evidencia los principales recorridos que convirtieron a la Argentina de un punto marginal en el mundo en otro destacado del concierto internacional a inicios del siglo XX y que luego la devolvieron al margen».

En el capítulo inicial de este primer volumen, sobre las claves del período, Gelman introduce una cuestión que ha sobrevolado la interpretación acerca de la formación de la Argentina a través de los años: si, como pensaba la generación romántica del siglo XIX, existía un germen de nación preexistente o si, como afirmaron historiadores de la segunda mitad del siglo XX, fue la crisis del Imperio Español la que generó el proceso emancipador. Gelman adscribe a esta última interpretación, también sostenida por Noemí Goldman y Marcela Ternavasio, autoras del capítulo sobre la vida política.

Goldman y Ternavasio analizan un fenómeno que se dio también en el resto de América hispana: las complejas consecuencias que generó la situación en la península. La invasión napoleónica produjo un vacío de poder que llevó desconcierto e indefiniciones políticas a las colonias, con derivaciones en muchos casos similares: procesos de emancipación acompañados de luchas intestinas, a veces muy violentas, como ocurrió en lo que había sido el Virreinato del Río de la Plata. Y que culminó, hacia el fin del período estudiado en este tomo, con la toma del poder por Juan Manuel de Rosas, que consolidó la hegemonía de Buenos Aires sobre el conjunto de lo que todavía era un país en formación.

En la sección dedicada a las relaciones internacionales, Klaus Gallo muestra las grandes dificultades, internas y externas, para que la nación que se construía estableciera vínculos regulares con los otros países latinoamericanos y con la mayoría de los europeos, excepto Gran Bretaña, con la cual Buenos Aires mantenía los lazos comerciales más fluidos. Gallo anticipa que sólo después de la caída de Rosas, en 1852, se delinearían vínculos consecuentes con los demás países de América del Sur.

Gelman enfoca la evolución económica del territorio que había sido el antiguo virreinato y muestra el profundo desbalance que se produjo en el período, con gran deterioro de las economías regionales del interior y el beneficio que trajo para Buenos Aires el vuelco hacia los intercambios comerciales con países del Atlántico. Asimismo, destaca la expansión ganadera que se inició en la pampa húmeda en esos años fundacionales. Todo ello produjo «divergencias regionales muy fuertes» que sólo tendrían un cambio profundo décadas más tarde con la llegada del ferrocarril.

La creación del Virreinato del Río de la Plata fue, según describe Raúl O. Fradkin, un proceso que no cuajó en un gobierno territorial compacto sino que exaltó las diferencias entre las distintas regiones. Esta situación se mantuvo fuertemente durante las décadas que engloba este volumen y llevó en numerosas oportunidades a guerras intestinas en «una estructura que articulaba una diversidad de sociedades locales». En el período posterior a la disolución del virreinato, las migraciones internas cobraron importancia, con lo cual se produjo una «criollización» y mestizaje de las ciudades, hasta entonces con mayoría de población de origen europeo.

Roberto Di Stefano cierra el tomo con un riquísimo artículo dedicado a la cultura de la época. Destaca la politización revolucionaria del período y el intenso proceso de secularización que tuvo lugar en la década de 1820, influido en parte por la presencia creciente de inmigrantes de religión protestante. Distefano habla explícitamente de un «estallido cultural» ocurrido en esa década, que incluyó las reformas de Bernardino Rivadavia en pos de una sociedad civil, lo cual generó reacciones de todo tipo, tanto en la misma Buenos Aires como en el interior, donde se produjeron reacciones como la de Facundo Quiroga, con su lema «religión o muerte».

El teatro, las artes plásticas, la arquitectura con fuerte impronta neoclásica, la creación de la Universidad de Buenos Aires son algunos de los aspectos sobre los que se explaya Distefano. Al igual que acerca de las nuevas formas de sociabilidad que imperaban en los sectores ilustrados urbanos, con la creación de sociedades amigas de las artes. Asimismo, describe el auge de los periódicos en una época surcada por intensas polémicas generadas por el proceso secularizador.

En este primer volumen de la gran obra en curso se advierte cierta tensión, particularmente en algunos capítulos como el referido a la vida política, entre la aspiración a un público lector de otras latitudes y la necesidad de no caer en la repetición de lo sabido por el lector argentino. Esta dificultad, propia de una colección de semejante envergadura, está bien resuelta por los autores, quienes logran casi siempre explicar sin caer en redundancias inútiles. Difícil equilibrio que presenta inevitablemente un proyecto semejante. La ausencia de notas a veces deja al lector con preguntas pendientes sobre protagonistas, hechos o lugares, pero ostenta un mérito: contribuye a aligerar la lectura de una obra que no tiene pretensiones académicas sino de divulgación.

Una edición de calidad, realizada con gran cuidado: incluye una cronología básica del período tratado, una bibliografía general (no por cada capítulo) y un útil índice de nombres. Un cuadernillo con imágenes de la época impreso en papel ilustración contribuye a realzar la presentación del volumen.


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